«Nunca releo mis libros, porque me da miedo», Gabriel García Márquez

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Preferiría (no) hacerlo

"El informe Penkse", Jaime Rubio Hancock

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La primera vez que me reí en alto leyendo fue en un vuelo Buenos Aires-Montevideo con Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa, en la que el capitán Pantaleón Pantoja recibe la misión de establecer un servicio de prostitución para las Fuerzas Armadas de Perú en plena selva y en el más absoluto secreto militar. Desconocía por completo la historia y así me adentré en las primeras páginas donde se ejemplificaba porqué eran tan necesarios y urgentes los servicios de las señoritas y la supervisión inmediata del Sr. Pantoja: las tropas estaban además de desmoralizadas, completamente desatadas y fuera de control por la abstinencia y falta de mujeres.

«Figúrese que un cabo de Horcones fue sorprendido haciendo vida marital con una mona. La simio responde al absurdo apelativo de Mamadera de la Cuadra Quinta- aguanta la risa el alférez Santana- O, más bien, respondía, porque la maté de un balazo. El degenerado está en el calabozo, mi coronel». Por supuesto, otros libros me habían hecho gracia, había subrayado frases de lo más ingeniosas y esbozado sonrisas, pero antes de este extracto jamás me había oído y, mucho menos, notado la mirada de los que me rodeaban, tan indiscreta como indiscreta era mi carcajada en las alturas.

Esta semana, la historia se repetía con la última novela de Jaime Rubio Hancock, en la que su homónimo protagonista, un empleado que no renuncia a sus 15 minutos de retraso diario de llegada al trabajo, está dispuesto a cambiar de aires en busca de otras tareas novedosas que «suelen suponer un consuelo al menos temporal», de ganar en calidad de vida, dar más prestigio a su currículum, hambriento de «nuevos retos y eso» pero estancado en una oficina de Barcelona con compañeros con apellido de departamento («Helena de Legal»), una cafetería cuyo inminente cierre estuvo «a punto de provocar una crisis sin precedentes en la compañía», donde la gente es invitada a pensar y airearse para traer ideas frescas «en su tiempo libre, claro, que aquí venimos a trabajar», con jefes siempre reunidos, contando las horas para irse a casa, matando el día o sobrecargados y cansados cuál Días de fútbol. Hasta que tras un proceso de selección de lo más disparatado en el que no faltaron «donde se veía de aquí a cinco años y cuáles eran sus tres principales virtudes», Jaime es contratado por otra empresa.

Su salida parece inminente: tan solo tendrá que notificar la baja voluntaria a Recursos Humanos y terminar de redactar El informe Penkse, una tarea (que da título al libro) de apenas una tarde que lleva posponiendo casi un año, y que será el hilo conductor de esta novela de humor al estilo La tesis de Nancy, Los asquerosos, Sin noticias de Gurb... Que mezcla lo absurdo con lo cotidiano, la narración de situaciones innecesariamente complicadas, lo irónico, lo ilógico, lo disparatado, lo que muchas veces oí llamar kafkiano, en la fauna y flora del mundo laboral, en la que el protagonista se embarca en la aventura de salir de su zona de confort que quizá, como le ocurre con tener que terminar el dichoso informe, preferiría no hacerlo.

Y es que en este mundo de palabrerías y anglicismos varios, tendemos a generalizar términos bien sonantes, somos repetidores y no pensadores hasta que autores como Juan Ferrer nos dan luz en el asunto. Si de toda la vida (y según la RAE), el confort es bienestar, comodidad, disfrute, ¿por qué demonios queremos salir de él? Ferrer que nos alerta sobre asociar el confort con conformismo diferencia tres áreas: zona de conformismo feliz (actividad o inactividad, disfruto y estoy a gusto sin la agotadora y estresante ambición o necesidad de mejorar), zona de conformismo infeliz (día de la marmota en la que uno se siente vacío, triste y desmotivado pero preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer) y zona de confort evolutiva (donde se mezclan disfrute y evolución, placer y enriquecimiento, flujo y superación).

¿Nos conformamos y está bien pero corremos el peligro de no saber responder cuando haya un cambio? ¿Hemos tirado la toalla y estamos resignados? ¿Podríamos desde el bienestar seguir aprendiendo, mejorando y creciendo? Seamos prudentes cuando invitemos a salir de la zona de confort alerta Ferrer, pues hay que saber de dónde se viene, para entender a dónde se va y estoy de acuerdo pero antes de nada, mi recomendación sería otra.

Lean El informe Penkse, quítenle hierro y dramatismo al asunto, ríanse un poco y, hala, luego, pues a ponerse serios... No me vengan como Bartleby o el mismísimo Juan Rubio pues se lo advierto: SÍ preferirían hacerlo.