«La poesía hace que nada suceda», W.H. Auden

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Y que no se le caigan los anillos

El dice que Juan I es...

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«Mi mujer se llama Stefanie Graf. Tenemos dos hijos, un niño y una niña, de cinco y tres años. Vivimos en Las Vegas, Nevada, pero actualmente estoy instalado en una suite del hotel Four Seasons de Nueva York porque participo en el Open de Estados Unidos. Mi último Open en América. De hecho, se trata del último torneo en el que voy a participar en toda mi carrera. Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y siempre lo he detestado.

Cuando este último fragmento de mi identidad encaja en su lugar, me pongo de rodillas y susurro: por favor, que acabe todo esto.

Y después: no estoy preparado para que acabe todo esto».

No hace falta haber leído Open y no hace falta que te guste el tenis, para que sepas dos cosas tras leer este extracto: que se trata de las memorias de André Agassi y que quieres seguir leyendo. En cambio, sí hace falta haber leído Open y sí hace falta haber llegado hasta el final, para saber porqué te ocurre lo segundo cuando una honestidad de este calibre, un ritmo y una narración sin freno, solo puede salir de uno, es decir de los recuerdos más personales, más íntimos, más profundos del primero. Y el primero, que yo sepa, dedicaba noche y día, desde el amanecer hasta el ocaso, al destino por el padre impuesto: darle a la pelota y convertirse en el mejor jugador del mundo entero.

Por ello, para entender tan hipnotizante escritura, hay que llegar hasta los agradecimientos. «Este libro no existiría sin mi amigo J.R. Moehringer», aclaraba el tenista. Y lo aclaraba ya que el periodista y escritor estadounidense, que le había ayudado a contar su historia, se negaba a salir. «A él le pareció que sólo un nombre podía figurar en la cubierta». No porque no estuviese orgulloso del trabajo realizado, al revés, sino porque «no concebía que su nombre apareciera en el relato de la vida de otro hombre. Éstas son tus historias, dijo, tu gente, tus batallas».

Confieso que esto me chocó ya que cuando lees las reseñas, los comentarios de la contracubierta y las críticas, te da la total sensación y puedes llegar a pensar que está solamente escrito por el tenista y que además de para la raqueta posee un maravilloso don para la escritura. ¿Por qué no querer llevarse ningún mérito? Pero al poco, descubrí el momento elegido por Moehringer para hacer de «negro literario» y eso sí que me voló la cabeza.

Open se puso a la venta años después de haber ganado el premio Pulitzer de Periodismo y de publicar El bar de las grandes esperanzas, éxito de ventas luego convertido en película protagonizada por Ben Affleck, entre otros logros. Moehringer eligió un momento en el que el futuro era de lo más prometedor para cualquier escritor. Ya ganaba dinero, su nombre había entrado en la historia de la literatura pero, en cambio, decidió hacer brillar a otro. «Le pedí que mostrara mi vida a través del prisma de un ganador del premio Pulitzer. Para mi sorpresa, aceptó». Hasta Agassi no se lo creía.

Escuchaba a Javier Aznar y a Antonio Pacheco en el hotel Jorge Juan elogiar a Moehringer por su elección de pasar a un segundo plano y cómo esto es divertido, es bonito, «te permite entrar en muchos mundos que desconoces» y entonces empecé a entenderlo. Moehringer nunca pensó en que dirían sus colegas de profesión, no pensó en que él ya estaba consagrado y era respetado, ¿escuchar con grabadora?, ¿tomar notas?, investigar, dedicarle dos años, mudarse a Las Vegas, hacer cosas que podría no estar haciendo. Puso el fin último por delante de su ego. Pensó que era una buena historia, que debía ser contada en primera persona, sin él dejar huella pero ¡ah! en todos los libros está el apartado de los agradecimientos.

Moehringer luego ha ayudado al fundador de Nike Phil Knight (Nunca te pares) y al príncipe Harry (En la sombra) con sus autobiografías. Es obvio que ahora recibe una gran cantidad de dinero con estos encargos (que es un gran aliciente) pero en 2014 tenía una carrera por delante, no sabía que iba a ser un bombazo y no se detuvo a pensar si perdería su reputación por hacer una tarea que pudiese considerarse menor, no pensó en si perdería su prestigio o si su imagen se vería deteriorada. Su ética del trabajo le empujó a hacerlo.

He tenido la suerte de siempre trabajar con compañeros y jefes modestos y sencillos. Personas a las que he visto hacer de todo, tareas completamente distintas de su estatus y rol en la compañía y en ocasiones de lo más surrealistas, pero siempre de buen humor y de buena gana dando un ejemplo brutal a todo el equipo.

Leo en Suite Albéniz de Alfonso Alzamora que «para volar muy alto hay que saber volar muy bajo» y aunque el autor se refería a las distintas caras de los artistas, esta frase me parece definitiva a la hora de elegir un actitud en la empresa. No se trata de que te pisen, de asumir todo el tiempo deberes que no te corresponden, no caigamos en simplificaciones, sino de saber: saber hacer, saber ser, saber estar, saber funcionar. Saber quién eres. Como Moehringer sabía que no dejaría de ser un escritor por hacerle el libro a otro.


Busco las cualidades que ha de tener un emprendedor y la descripción de un líder. Que sea empático, que tenga visión, que motive, que de confianza, que inspire, que sea un buen comunicador, que sea competente, energético, responsable, que sea innovador, apasionado, íntegro, que sea auténtico, que sea dedicado y añado...

Y que (le gusten los perros) no se le caigan los anillos.