«La literatura es mi utopía. No hay barrera de sentidos que me pueda quitar este placer. Los libros me hablan sin impedimentos de ninguna clase»,Helen Keller

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Un poquito de por favor

What is a weekend?

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Las mariposas. Las ves irse tan rápido como llegaron. La juventud. Desaparece y no vuelve, me temo que ni con cirugía de por medio. La pasión. «De casarse a cansarse no hay más que una letra», decía Enrique Jardiel Poncela. Pero el sentido del humor, ay, si es afín, hace que el sentido del amor del que hablaba Miguel Milá, prevalezca.

 

I. El pasado fin de semana, visitando el palacio Schönbrunn, el Versailles vienés, íbamos escuchando la audioguía de estancia en estancia. El salón de baile, el comedor, los cuartos, más salones, más comedores, hasta llegar al despacho, en el que se nos explicaba que el emperador Francisco José I de Austria era un trabajador incansable. «Se despertaba sobre las cuatro y trabajaba hasta la extenuación».

Me crucé una mirada cómplice con mi acompañante, sin saber si él estaba escuchando lo mismo, y al salir pese a haber visto cuadros maravillosos, curiosidades varias, fotografías antiguas, cuberterías y mesas impecables, muebles, tapicería, inventos, relojes…. Telepatía: «creo que el marido de Sissi fundó el club de las 5 de la mañana». Y nos dió la risa.

II. En Los nombres propios, Marta Jiménez Serrano tiene un extracto sobre fingir que describe a la perfección lo que ocurre y, mal que nos pese, TIENE que ocurrir conforme pasas de adolescente a adulto y te vas haciendo mayor.

«Finges que eres muy segura. Finges que eres sensata. Finges que todo lo controlas. Finges que te las apañas muy bien cuando te quedas sola en casa y tu plato más elaborado son unos cereales con Cola Cao. Aprendes a fingir, como todos los adultos. Finges que te lavas los dientes todas las noches antes de acostarte, que no bebes alcohol, que no te apuntas las fórmulas de trigonometría en el antebrazo. No pasa nada. Los adultos también fingen, y tú también fingirás cuando seas adulta. Fingirás que entiendes la declaración de la renta, que te caen bien tus compañeros de trabajo, que tienes que ir a hacer pis en mitad de una fiesta. Te irás al baño simplemente a estar sola tres minutos, a descansar del mundo, a dejar de fingir, a mirar a la tipa que te devuelve la mirada en el espejo».

III. Últimamente me cuentan anécdotas sobre un candidato que hizo una entrevista por videollamada y como no sabía contestar a las preguntas o le daba pereza, se desconectó y aquí paz y después gloria. Otro en el turno de preguntas (el mítico ¿hay algo que quieras saber?), que cuántas horas daban para comer. Empleados recién incorporados cogiéndose la baja sin mucha explicación, de excusas constantes de asuntos personales y misteriosos catarros que desde el día anterior sabes que te impedirán ir a la oficina estando en los seis meses de periodo de prueba... Y varios, directamente, comprometerse pero no presentarse en su primer día. Jóvenes y no tan jóvenes.

WTF.

IV. Leía este finde un artículo de Najat El Hachmi titulado Que trabaje otro sobre lo supuestamente pringados que han sido las generaciones anteriores según la generación Z. El movimiento se llama «quiet ambition y lo pintan como un cambio de valores provocado por una toma de conciencia».

«Lo de la hipoteca, los hijos, el perro, el coche, no va con ellos… Son más libres de posesiones, pueden trabajar desde donde sea, y, por tanto, sienten menos responsabilidad en el trabajo», me explicaba una amiga comentando la columna. Pero entonces, ¿podrían vivir también sin móvil o Netflix? No hay que generalizar pero ¿adónde nos lleva esto? ¿El mundo ha vivido equivocado?

V. Decía Milena Busquets que «ser impertinente (decir cosas horripilantes como si estuvieses hablando del tiempo o de las hojas que caen de los árboles, con gracia y sin que te partan la carta) es todo un arte». En este menester, que implica inteligencia y sentido del humor, pues «los impertinentes están en vías de extinción mientras que los maleducados puros y duros no dejan de aumentar», la recién fallecida Maggie Smith, en el papel de la Condesa viuda de Grantham de Downton Abbey, se llevaba la palma.

Entre sus memorables frases («Espero haber interrumpido algo», «Querida, la falta de compasión puede ser tan vulgar como el exceso de lágrimas»,  «Tenía razón sobre mi criada… ¡Me deja para casarse! ¿Cómo puede ser tan egoísta?”», «No seas tan derrotista, querida. Es tan clase media…») hay una que destaca sobre todas.

El nuevo integrante de la familia, futuro marido de Mary, describe cómo se organizará combinando su trabajo en el bufete con la gestión del patrimonio:

- «El día tiene muchas horas y contaré con el fin de semana».

Un silencio y de pronto, su intervención: «¿Qué es un fin de semana?».

Insuperable.

Hasta entonces, cuando podamos pasar el día haciendo gestiones («esa maravillosa frase que abarca desde invertir en bolsa hasta bajar a comprar el pan»), sin pensar en que llegue el viernes, finjamos un poco ser como Francisco José I de Austria…

Un poquito de por favor.