I. Hace unos años, me contaba una profesora de secundaria cómo le sorprendía ver que algunos alumnos con menos normas en casa, buscaban un mayor acercamiento con el claustro, incluso si iban a echarles la bronca. Esto me impactó porque en esa edad, ¿acaso «no te entienden»? ¿No es mejor que «te dejen en paz»? Las notas, la hora… Pues no. Resultaba que algunos querían irse de La Isla de los Juegos.
II. Escuchaba a Javier Gomá opinar sobre arte contemporáneo, sobre conocer lo tradicional para luego ser rupturista. De pronto, entre risas, contó por qué llevaban a sus hijos a un colegio «con cierta disciplina» para que esta fuese el poli malo y la familia el bueno. Estaba muy bien que los niños fueran creativos, ellos mismos y libres en clase, pero eso entonces obligaba a los padres a hacer la balanza y ser estrictos en casa lo cual definitivamente era más rollo.
III. Me enteré al leer Fariña cómo en los 80, un grupo de madres valientes se enfrentó a los narcotraficantes. Estaban destruyendo las vidas de sus hijos (yonquis) y había que frenarles.
Hoy, también unas madres luchan contra otra droga llamada móvil para prohibir su uso en las aulas.
IV. Leo a Vicente del Bosque en la Revista Emprendedores España convencido sobre el éxito del liderazgo amable pero «hay un mínimo de normas que todo el mundo debe conocer y respetar, pero no se trata de ser pesado y de estar todo el día dando órdenes. Se trata de que todo el mundo sepa que hay cosas que hay que hacer».
Se refería a los límites autoimpuestos, a ser responsables. Y es que cuando uno madura, ya no hay profes, no hay polis malos, no hay madres incansables, tu jefe no es tu padre. Toca tomar conciencia.
V. Hace una semana, Rafa Nadal explicaba cómo en su vuelta esperaba no exigirse nada pues era una época diferente y solo quería mantener la ilusión, el espíritu de trabajo e ir evolucionando si el físico le respondía.
Hace una semana también, me llegaba un meme «Si se pudieran escuchar los 30 segundos después de colgar el teléfono. No tendríamos ni familia, ni amigos, ni trabajo, ni pareja».
Los topes, las fronteras, los límites. Que nos ponían, que nos ponemos. Como una demostración de amor y respeto hacia los otros o hacia uno mismo. Y aunque aquí se hable más de superarlos, déjame decirte, «solo porque es Navidad, y en Navidad se dice la verdad», que no conozco a nadie que quiera lo peor para sus hijos, por tanto si queremos lo mejor y eso implica límites, ¿por qué no aplicarnos el cuento y hacer nosotros lo mismo?
En la 5ª regla de Jordan Peterson leo «No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes». Te aleja de ellos. Entonces, digo yo, no superes tus límites. Dales sentido. Y estarás cerca de ti, siendo tú mismo.