I. Mis salidas nocturnas son entre limitadas y nulas pero cuando se dan, me gusta que valgan la pena aunque ya ni rocen la que antes era mi meta: llegar a la recena (el final de una gran noche y el principio de una buena resaca).
Cuando bailábamos, conocíamos, brindábamos, la adrenalina al conseguir entrar en la discoteca de moda de turno… y ahora me conformo con que me oiga el de al lado, canciones oldies but goldies, no hacer cola y que no me den matarratas. Y así y porque las veces son contadas, las madrugadas pasan a ser recordadas y recordar, del latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón, con el terrible riesgo que esto supone: el encanto de quedarse a vivir en la nostalgia.
Pero entonces resuena el lema de Irene Escolar: «la vida se entiende hacia atrás pero se vive hacia delante».
II. La semana pasada volví a nuestro bar de confianza en San Sebastián (entenderán ahora mi ausencia del pasado viernes) y tras ver la foto de Clint Eastwood que preside la barra, sumado a la confianza que uno siente cuando se pone el sol, me contaron la mejor de las anécdotas sobre el actor:
- «Es increíble que siga haciendo películas».
- «¿No lo sabes? Cuando estaba rodando La Mula le preguntaron cómo conseguía seguir activo y contestó: “Cuando me levanto todos los días, no dejo entrar al viejo”».
III. Francis Ford Coppola (7 de abril de 1939, ¡85 palos!) acaba de estrenar Megalópolis en Cannes.
Hace unos días, en la típica rueda de prensa promocional le preguntaron por haber puesto de su propio bolsillo 120 millones de dólares para hacer la película. «No me importa. Nunca me ha importado el dinero. Al final, hay tanta gente que cuando muere dice “tendría que haber hecho esto, tendría que haber hecho aquello” pero cuando yo muera diré “tengo que hacer esto. Tengo que ver a mi hija ganar un Oscar. Y tengo que hacer vino. Y tengo que hacer todas las películas que siempre he querido hacer”. Voy a estar tan ocupado pensando en todas las cosas que tengo que hacer que cuando me muera, no me voy a enterar».
Coppola optaba por un «ya descansaré cuando esté muerto», como repetía un amigo en esa época en la que el tiempo no era un problema.
IV. Coppola y Eastwood, Eastwood y Coppola son dos fueras de serie, dos máquinas como diría Bisbal, dos genios de la industria del cine, tenaces, talentosos, apasionados. Por ello siguen al pie del cañón ¿o es que simplemente han leído «The 100 year life. Living and working in an age of longevity» de Lynda Gratton y Andrew J. Scott?
Me acaban de regalar este libro que rompe con la idea tradicional de las tres etapas de la vida: educación, trabajo y jubilación y que nos ayuda a responder a esas tesituras de si ya es tarde para seguir o comenzar, de cómo balancear amigos, familia, finanzas, soluciones prácticas para afrontar esas crisis profesionales o personales que teniendo en cuenta lo que podemos llegar a vivir, no tienen que estar asociadas a una edad concreta.
¿Para qué apuntarme a ese curso a estas alturas? ¿Y gastarme ese dineral en ese MBA? ¿Para qué aprender a usar ese programa? ¿Es correcto hacer un parón ahora en mi carrera? ¿Para qué reforzar el francés? Por supuesto, podemos seguir viviendo sin hacerlo, a veces cuesta, supone un esfuerzo, pero quizá haya que tomárselo como el deporte: uno se sujeta mejor de la barra en el autobús si hace ejercicio con frecuencia.
V. Hace mucho, tras una charla, una compañera del colegio que pertenece a una familia de prestigiosos psiquiatras nos contaba que en casa tenían una sala de estudio y que los findes dedicaban varias horas a leer y a estudiar.
Hace solo un año, mi tío que acaba de jubilarse del hospital, me consultaba sobre cómo ver en el Ipad unas operaciones de unos médicos extranjeros que usaban unas nuevas técnicas.
Ambos me sorprendieron. Ese afán por seguir erre que erre. Gente de mi entorno, no estrellas de Hollywood, pensando a lo Henry Ford («Sólo hay algo peor que formar a tus empleados y que se vayan. No formarlos y que se queden»), a lo Coco Chanel («Age should never be an excuse») o simplemente, como Eastwood: cada mañana y por mucho que ya no tengan por qué hacerlo, nunca dejan entrar al viejo.
VI. Ya sabemos cómo de en cenizas acaba todo esto y podemos pensar como los mafiosos de la sarcástica viñeta del New Yorker buscando cómo torturar a un rehén: «Primero dejémosle solo ante las estrellas para que sienta cuán insignificante es». Pero también podemos optar por una tira cómica que, a priori, no nos correspondería por edad:
- «Un día nos vamos a morir, Snoppy».
- «Cierto Charly, pero los otros días no».