«La comedia, el drama y la novela, cuyo argumento no se puede contar, no es novela, ni drama, ni comedia», Felipe Sassone

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Los otros

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I. Hay un capítulo de Friends que me hace especialmente gracia. Ross va a la oficina de Chandler a recogerle cuando se percata de que este es saludado como Toby.

Ante la sorpresa, Ross pide explicaciones.

- A ver, la primera que me lo dijo, nos encontramos por el pasillo y no dije nada. Y la siguiente vez, pues dijo, “Oye Toby, ¿quieres un donut?”. Y sí, quería un donut. Y ahora, 5 años después, el donut ha desaparecido y yo sigo siendo Toby.

- ¡5 años, Chandler! Tienes que decírselo.

- No, sería rarísimo. Además, trabajamos en distintos departamentos. Está en la sexta planta. Sí, alguien me llama Toby de vez en cuando pero tampoco es para tanto.

II. En Los asquerosos de Santiago Lorenzo, el protagonista, Manuel, entra en pánico y, sin querer, apuñala a un policía en pleno Madrid. Aconsejado por su tío, que luego le enviaría una compra mensual del Lidl, decide irse a Zarzahuriel, un pueblo de la España vacía, en el que está completamente solo, para que en el impasse de las noticias sobre la salud del antidisturbios, ver qué demonios hace con su vida.

Así, se traslada a la aldea en la que, por supuesto, está completamente solo, sin comodidades del primer mundo, y de forma totalmente natural, Manuel, que solo había pisado asfalto, le empieza a coger el gustillo a la vida rural, la paz, la desconexión y la tranquilidad. Hasta que de pronto, aparecen los "mochufas", como él los llama, una familia urbanita decidida a vivir sus escapadas de fin de semana con encanto es decir con barbacoas, música, bien de wifi y rompiendo su monotonía y silencio que tanta felicidad le estaban empezando a dar.

Lo del poli herido era una cosa, ok lo aceptaba, había ocurrido, pero esto no podía estar pasándole. Habían llegado los otros…y él en la distancia, los observaba y no los soportaba.

III. En La sala al desnudo, Abel Valverde, considerado uno de los mejores maîtres de España, actual jefe de sala de Desde 1911, alerta sobre el peligro de las parcelas para que todo fluya y propone su pequeña revolución: «Hacer rotaciones de personal, aunque solo fueran de 48 horas. Es decir, poner a personal de la cocina a servir, y viceversa, que la gente de sala, por turnos, -¡no todos a la vez!- pasase un día o dos en la cocina para que pudiera entender todo el proceso de creación y elaboración antes de ver el plato terminado. Solo así los que trabajamos en sala podemos ver y valorar el esfuerzo que se hace en cocina y los que trabajan en cocina pueden entender nuestra labor».

IV. El otro día estuve en una charla de Cayetana Álvarez de Toledo con la que se podrá comulgar más o menos políticamente pero de quien confirmo la lealtad a sus ideas (y quizá eso signifique ser fiel a uno mismo) y su cultura. Está TAN leída: cada frase era pura bibliografía.

Entre lo comentado en la conferencia sobre historia de España mezclada con su historia personal, me quedé con una reflexión: lo simple que es encontrar lo que nos separa y lo difícil que es apostar por lo que nos une. La lengua, la solidaridad, el principio moral de distinguir entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, la forma de vivir… Y lo barato, mejor dicho lo fácil, a veces sale caro.

V. Me encantó escuchar hace unos días a una clienta contarme cómo los de la tercera planta les habían invitado a una especie de afterwork para brindar por los resultados en señal de un «sin vosotros no hubiese sido posible». Unos eran front office (el equipo de cuentas que presenta a clientes), otros eran el back office (los que asientan las bases para que todo ruede), en apariencia roles alejados, diferentes y nada relacionadas, pero el encuentro parecía de unos amigos siendo invitados a una fiesta.

Los open spaces, las fiestas de Navidad en las que se juntan a todos y se propone formato cocktail para evitar grupitos, trabajar por proyectos o con la metodología OKR, días fijados para teletrabajar… pero ¿y si lo que había que hacer simplemente era montar unas copas?

VI. En Pulp Fiction, Jules Winffield (Samuel L. Jackson) tiene una revelación al ser casi abatido en mitad de un trabajillo o más bien encargo de asesinato. Tras varios tiros, Vincent Vega y él salen ilesos en lo que él considera un milagro o el momento definitivo para cambiar su estilo de vida: adiós a su vida de gánster. Se retira.

Como le ocurrió a Winffield, las revelaciones (tengo que dejar a mi novio, debería cambiarme de trabajo, etc.) suelen ser bastante dramáticas y de golpe. Y tiene gracia porque la respuesta siempre había estado ahí, a veces tan obvia como que matar está mal o que en una cadena de fabricación de coches tan importante es quien pone la rueda como quien está en el concesionario si lo que se pretende es llegar al objetivo común: aumentar las ventas. Pero, a veces, somos incapaces de darnos cuenta hasta que explota.

Que se lo digan a Toby, perdón a Chandler Bing (ver capítulo), a quien estoy segura de que le hubiese encantado que el coffee point, la cocina o aquel maravilloso sitio para comer donuts donde se encontró a su co-worker estuviese entre su planta y la sexta, no teniendo así más más remedio que volver a verle cada semana y acabar sincerándose.

¿Y en tu oficina, todavía dudan de dónde poner la Nespresso?

Entre los unos y los otros.