«Dios quiso ser escritor; su prosa es el hombre; su poesía la mujer», Napoleón

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«Pero ¿por qué no dice nada?», Alcestis, Eurípides

«- A los fans de Federer al principio no les gustaba porque pensaban: “Roger es un poco más relajado, lo hace con facilidad”. Y llegó Novak con su fuerte personalidad y su increíble tesón, queriendo ganar a toda costa.

- Sé que fue algo por lo que me criticaron mucho. ¿Por qué no luchaba más cuando perdía? No entendía lo que significaba. ¿Debía gruñir? ¿Debía sudar más? ¿Gritar más? ¿Debía ser más agresivo con mis contrarios? ¿Qué era? Lo intenté, pero era un numerito. Yo no soy así. No es mi personalidad. Para otros jugadores, eso quizá sea más fácil. Está más arraigado en su ADN».

En el documental, Federer: los últimos doce días se narra la cuenta atrás del tenista suizo como jugador profesional, se describe cómo prepararon la despedida, el partido con Nadal en la Laver Cup, por supuesto, se repasa su alucinante trayectoria y todo ello de una manera auténtica y sincera a la par que humilde e incluso vulnerable. Hay un momento que me encantó: cuando al dúo Rafa/Roger se les presenta Novak Djokovic y lo que esto suponía. Djokovic destacaba por su chulería y carácter mientras que Roger no perdía los nervios, ni la templanza en ningún momento, aún jugando mal o perdiendo. Las burlas, las caritas, el poner la oreja al público, eso no iba con él y aunque el público le pedía un poco más de garra, él en sus adentros pensaba «yo no soy así. No es mi personalidad».

En la empresa y en la vida, como a mi admirado Federer, hay situaciones en las que de una forma u otra te ves forzado a actuar de otra manera, ni mucho menos con agresividad y arrogancia como quizá se le solicitada al suizo, pero sí con algo con lo que te sientes incómodo y preferirías no hacerlo.

Hace unas semanas, una amiga me contaba que uno de los jefes le había comentado que mejor que estuviese más callada, asentir más, que así le iría mejor en la empresa y no lo niego, como en La paciente silenciosa, no decir nada es una elección como cualquiera otra y tiende a parecer la más acertada porque no asumes riesgos (en boca cerrada, no entran moscas), pareces más inteligente, no cabreas a nadie y es cómodo. Cero esfuerzo, cero consecuencias. ¿Pero con lo que viene, es acaso la decisión más acertada? Con las automatizaciones que da la tecnología y la suplantación de tareas por la inteligencia artificial... ¿Cómo realmente puede destacar un ser humano en una compañía?

El otro día, Rosario Sierra hablaba en un post sobre las seis habilidades más duraderas para triunfar en la oficina moderna, entre las que estaba la capacidad de intercambiar ideas, escuchar activamente, hablar de una manera clara y con impacto. Por su parte, Jorge Araujo Muller destacaba cómo la confianza en los equipos es la base de todo pues «solo cuando las personas se sienten seguras, empiezan a compartir ideas sin miedo» y el mal que hace el temor al conflicto ya que «los mejores equipos debaten y discuten con fuerza (¡en el buen sentido!)».

Me quedé pensando en la asertividad, una habilidad común en las personas con inteligencia emocional, a la que aludían en sus posts Sierra y Araujo, y que hace referencia a la capacidad de decir lo que piensas de una manera clara y respetuosa, con confianza, estando seguro de tus derechos, de tus opiniones y de tu sentir, con menos ansiedad, con la capacidad de hablar sin agresividad y finalmente aportando una mayor eficacia a la hora de alcanzar tus metas. Luego me acordé de que en ciertas universidades y MBAs puntúan la participación de los alumnos en clase, incluso usan técnicas para trabajar en pareja o en grupo antes de ponerlo en voz alta para reforzar las ideas y perder el miedo escénico (en pocas palabras: el pánico a parecer tonto, cuando tontos son los que dicen tonterías).

¿Quieren estas instituciones que los alumnos estén atentos y no se duerman en los laureles o quieren que aprendan a comunicarse? Me da a mí que lo segundo pues quizá cuando ya llegue el día en que uno se anime a decir algo, en este entorno tan rápidamente cambiante, pueda pasarle como al padre de Paul Auster que escupió por la ventana del coche pero la ventanilla estaba subida. «Mi gozo sin límite e irracional placer al ver cómo la saliva se deslizaba por el cristal» describía el escritor en La invención de la soledad.

PD. A mi amiga la echaron. Como Federer fue fiel a su estilo, siempre, dentro y fuera de la pista.