En 1961, un profesor de inglés escribió a Flannery O´Connor por su libro «Un hombre bueno es difícil de encontrar» del que en clase habían hecho distintas interpretaciones. «¿Ocurre verdaderamente el accidente? ¿O forma parte del sueño de Bailey?». En su carta, le preguntaba sobre las intenciones del relato. Al poco, recibía una respuesta de lo más cortante. «El sentido de una historia debería expandirse en la mente del lector cuanto más pensara en ella […]». «Si los profesores practican el hábito de aproximarse a un relato como si se tratara de un problema de investigación científica […]». Y terminaba: «No quisiera que mi tono le parezca ofensivo. Es que no salgo de mi asombro».
En 1957, tras el anuncio de que los soviéticos habían aventajado a Estados Unidos con el lanzamiento del Sputnik 1, un niño australiano llamado Denis Cox envió una carta a la Real Fuerza Área Australiana dirigida a «Un científico importante» y con un dibujo de un cohete con instrucciones para que los ingenieros añadiesen «otros detalles», animándoles a que entraran en la carrera espacial.
52 años más tarde, en 2009, el documento original con el cohete de Denis se viralizó tras aparecer en la web de los Archivos Nacionales de Australia obteniendo como resultado, ¡al fin!, una magnífica respuesta del Ministerio de Defensa australiano.
Estas dos historias, que se pueden encontrar en Cartas memorables de Shaun Usher, me vinieron a la mente al recordar cómo en el colegio eras de letras o de ciencias. ¿Seguía esto vigente? ¿Podía condicionarte en exceso? ¿Eras de ciencias y por tanto buscabas un resultado único para una historia de ficción? ¿O eras de letras y por ello podías ser libre para imaginar un cohete que si de algo necesita es de cálculo y precisión?
Desconozco cómo es ahora pero sí que creo que esta dicotomía invita a etiquetarnos desde las tablas de multiplicar; algo que me parece una aproximación equivocada a la vida y «no salgo de mi asombro».
Aunque hice mixtas, al tener más facilidad por lo literario que por lo numérico y elegir luego dos licenciaturas con una ausencia casi total de asignaturas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics), en mi primer trabajo me ponía a temblar al abrir un excel. Ante la ausencia «de números» durante años y, por tanto, no dominarlos, ejercicios de lo más básico como una cuenta de resultados o un simple cash flow para llegar a fin de mes me generaban incomodidad, inseguridad y desinterés.
Bill Gates, sin duda un hombre de ciencias, jamás viaja sin su bolsa de libros: ensayos pero también novelas que lee con voracidad. El catedrático de psicología Daniel Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio, fue el primer no economista distinguido con el Premio Nobel de Economía. No pretendo con este post que como en el anuncio de «Chicas la ciencia os necesita», las niñas quieran ser biólogas o astronautas. Tampoco pretendo que los ingenieros sean fans de Proust. Pero sí animo a no cerrarse en banda y a elegir el camino de en medio, porque al final todo está relacionado y si eres de letras y te encuestó el Banco de España sobre conceptos como la inflación (un 80% suspendió), tarde o temprano, lo quieras o no, te topas con ello.