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Cualquier verano es un final

"Cualquier verano es un final"

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Si hay algo que me gusta de las vacaciones es tener esa sensación de libertad y alegría que solo se da cuando eres niño. El mar, la risa floja, el buen humor, comer fuera, las siestas, el buen tiempo, los amigos, acostarse y despertarse tarde y, cómo no, decidir sobre la marcha qué te apetece hacer y hacerlo. Y si es no hacer nada, que sea sin remordimientos. Si «la verdadera patria del hombre es la infancia» como decía Rainer Maria Rilke; estoy segura de que cuando más se refuerza es en verano. Uno vuelve hacer sin prisa lo que más le gusta: deporte, salir, comer o, como es mi caso, leer; dando material a nuestra maravillosa memoria selectiva, «el mejor billete para viajar al menos doloroso de tus recuerdos».

Esta frase y el gran título que encabeza el post son de la última novela de Ray Lóriga en la que uno de los protagonistas, pese a tener en apariencia una vida privilegiada y divertida, quiere morir y viaja a Suiza para hacerlo mientras un buen amigo, como puede, trata de lidiar con ello. Para ello, se embarca en unos viajes, reflexiones, encuentros y para evitar el triste desenlace da con un plan que «en su cabeza era espectacular», como dirían los de Pantomina Full.

A principios de agosto estando en San Sebastián, terminé el libro después de desayunar (¿hay mayor placer que desayunar y volver a meterse en la cama?) y tras esto salí a dar un paseo... Cuántas veces tenemos una idea que nos parece una genialidad y no la contamos por miedo a que nos copien, cuántas veces pensamos que porqué funciona en otros países también debería hacerlo en el nuestro, cuántas veces nos centramos en tener un producto o servicio perfecto sin habérselo presentado a un potencial comprador... ¡Cuántas veces!

«A la guerra va uno solo, aunque vayan muchos»subrayé en este libro por lo que conviene, si uno se embarca en un proyecto, saber a qué se está enfrentando exactamente pues el mundo es global pero en mi experiencia he podido comprobar que las prueba piloto son muy locales.

Así, en mi paseo donostiarra, entraba en Zara y me encontraba con una ropa distinta a la de Madrid. Pedía una cerveza y me ponían una Keler cuando en la capital una caña sin especificaciones suele ser una Mahou. La exposición del Museo San Telmo por el centenario de Sorolla se centraba en su obra de la ciudad. Bajaba a la playa de La Concha y más me valía haber mirado si bajaba o subía la marea si no quería ver mis sandalias engullidas por las olas (como así ocurrió).

Cada servicio y producto tiene su momento, su demanda y su entorno y que sea una idea genial, no significa que vaya a triunfar. Se habla de Product Market Fit pero creo que el punto de partida es más simple. Por ello, si en estos días has pensado que algo funcionaría, te animo por empezar a contárselo a tus amigos. Veamos qué opinan.

Porque cualquier verano es un final... O un comienzo. El comienzo de una hermosa amistad entre una idea, el mercado, su ejecución y su éxito.