Empecemos por el principio ¿Cuándo nace la bestia? ¿Cuáles fueron los libros que le engancharon a la lectura?
Recuerdo que el primer libro que leí se llamaba ¡Buen viaje Petiblanco!. Trataba sobre un pingüino que abandonaba su casa y luego quería volver a ella. Era muy pequeña, realmente no sé ni quién lo ha escrito, tampoco lo he vuelto a encontrar. Luego, con siete u ocho años, leí dos y fue cuando pensé: «esto es lo que a mí me gusta». Uno era El rey de Katoren de Jan Terlouw —de la colección roja del Barco de Vapor— que realmente no correspondía a mi edad. Eso sí, todavía lo tengo, lo he vuelto a leer y es un libro que me flipa. El otro era Rebeca de Daphne Du Maurier que me dió muchísimo miedo.
¡Vaya mezcla! ¿Pero quién le daba los libros? ¿Había libros en su casa?
Mis padres leían, tampoco muchísimo, pero había libros en casa y yo iba cogiendo lo que había. Rebeca fue un best seller en ese momento y por eso lo tenían. El del Barco del Vapor me lo regalaron unos amigos de mis padres que no sabían muy bien qué edad teníamos. Luego leí lo típico, los juveniles de mi época: todos los de Enid Blyton, Los cinco, Las mellizas, Torres de Malory, Alfred Hitchcock y los tres investigadores...
Es decir que fue un poco Matilda, leyendo todo lo que caía en sus manos...
Diría que casi aprendí a leer sola. No recuerdo ni quién me enseñó ni cómo aprendí, pero recuerdo saber leer antes de ir al colegio. Y bueno siempre pedía libros: a mis padres, a los reyes magos en Navidad.
¿Los libros obligatorios del colegio le divertían?
Fui a un colegio inglés así que tuve mucha suerte: Macbeth, Rebelión en la granja...que me encantaban. Siempre fui muy anglófila, me gustaba el inglés y los autores ingleses, por lo que al acabar el colegio empecé la carrera de Filología Inglesa. Fueron unos años maravillosos. ¡Pero que conste que a mí ni me gustaba Peter pan, ni Barrie, ni nada!
¿Entonces cuando se desató la locura? ¿Cuando entró en el universo Barrie para nunca salir de él?
Estudié la carrera en Madrid pero me fui de Erasmus a Edimburgo y a los Erasmus nos daban asignaturas sueltas, donde había hueco, y me tocó una llamada «Burns, Barrie and the canon» (Burns, Barrie y el canon) sobre Robert Burns, el poeta escocés y James Matthew Barrie, escritor escocés, conocido por el personaje de Peter Pan y cómo apenas aparecían en las antologías. El canon británico se ceñía prácticamente solo a autores nacidos en Inglaterra. Y resultó que quien daba la clase era el profesor Ronald Jack, el mayor experto en Barrie del mundo.
¡Pero qué suerte!
Lo increíble es que yo me apunté de puro azar. Y claro, había que leerse las novelas Peter Pan y Wendy, El pajarito blanco, la obra de teatro Peter Pan: el niño que no quería crecer y otras obras de teatro de Barrie. Total que yo al leerlo me dije «¿pero cómo es posible que no conociese a este hombre de nada? ¿Cómo es posible que nos hayan vendido la historia de Disney cuando esto es infinitamente más interesante?».
Realmente cuando piensas en Peter Pan piensas en un único libro y piensas en el personaje de Disney...
Barrie escribió Peter Pan hasta once veces en distintas formatos y me pareció una simplificación lo que hizo Disney. También inventó la iconografía. Peter no iba de verde, su ropa eran hojas de otoño y telarañas, por ejemplo. Aunque, por otro lado, gracias a Disney todo el mundo conoce a Peter Pan y ha entrado a formar parte del imaginario colectivo. En cualquier caso, yo me leí el auténtico Peter Pan y flipé.
¿Fue ahí cuando decidió hacerse especialista en Barrie?
Nunca pensé en hacerme especialista, disfruté mucho, hice un trabajo en la asignatura y volví a Madrid. Cuando acabé la carrera me dieron una beca para hacer un master de literatura comparada en Edimburgo. Tenía una asignatura de fantasía y volvió aparecer Barrie. Decidí hacer mi trabajo de fin de máster sobre Peter Pan pero nunca fue premeditado, una cosa me llevó a la otra.
¿Su tesis doctoral también fue casualidad?
(Risas) Pues sí. Después del máster estudié cine, fui guionista muchos años. Entonces tuve una crisis amorosa, necesitaba hacer algo nuevo en mi vida que me mantuviera ocupada y dije «¡voy hacer una tesis doctoral!». Así fue cómo surgió Las Edades de Peter Pan: Adaptaciones cinematográficas y literarias del Niño Eterno (1902-2010). Y ya me volví loca hasta hoy.
Mientras nos reímos, le digo que de loca nada, que una parte de esa tesis fue la ganadora del Premio de Ensayo Caja Madrid 2009 (Todos crecen menos Peter, Lengua de Trapo) que tenía en el jurado a grandes como Fernando Savater y que no todo el mundo puede decir que es la máxima autoridad en español sobre J. M. Barrie. Ha escrito prólogos, traducido su obra, escrito dos obras de teatro (Perdidos en Nunca Jamás y Pan y los Nadies) y vivido en Los Ángeles escribiendo sobre el sindróme de Peter Pan. «Si lees mi biografía dirías `la loca de Peter Pan´, en cambio en Estados Unidos dirían `la especialista´. Pero la verdad es que una cosa me ha llevado a la otra».
También recibió una beca de Yale para estudiar el archivo personal de Barrie guardado en la Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros. ¿Cómo surgió?
Mantengo contacto con el profesor Ronald Jack quien primero me acercó a la figura y obra de Barrie. Fue él quien me habló de la beca, de la biblioteca Beinecke y de lo que ahí había: las cartas de Barrie, pero también las de Hemingway, una de las Biblias de Gutenberg, el tercer folio de Shakespeare, el misterioso manuscrito Voynich…
Debe estar muy orgulloso de su alumna.
(Risas) Seguimos en contacto e incluso ahora hemos coincidido en algún congreso. En 2011, en la Universidad Complutense, dimos las conferencias plenarias por el centenario de la obra Peter y Wendy. Fue un momento muy emocionante.
Me imagino. ¿Qué otros momentos especiales ha vivido?
He vivido varios. En Yale, leyendo las cartas y viendo las fotos… Todo era un poco fantasmal, era una invasión total a la intimidad pero a la vez sentía cosas y surge una conexión. Y eso que Barrie quería que se quemaran todas sus cartas cuando muriese. Otro momento pasó en Edimburgo, entré en un charity shop, una tienda de segunda mano, y me encontré una primera edición de El pajarito blanco por 85 peniques. ¡Era una edición de 1906 y ahí estaba yo en 1996 comprándolo por 85 peniques! Pero quizá lo que más me ha emocionado durante todos estos años de estudio fue lo que descubrí en Yale. Y de eso va mi novela: La mano izquierda de Peter Pan.
Me imagino que no nos lo va a contar…
Sonríe aunque nosotras ya ibamos a comprar la novela nos lo contase o no. Nos levantamos y nos enseña una carta que le regalaron en Yale. ¡Una carta escrita por el mismísimo Barrie! De letra incomprensible, en ella el escritor cuenta cómo ha sufrido un bloqueo y ya no puede escribir con la mano derecha. «Me volví con la carta y con la taza», nos dice Silvia señalando la taza de Yale. Y es que en la biblioteca no solo hay libros. Los títulos ordenados alfabéticamente («sé perfectamente dónde está cada libro») se mezclan con ilustraciones, fotografías y una cantidad de objetos curiosos que la hacen especial, única y tremendamente personal. «La biblioteca de mi pareja es esa», sentencia señalando la otra billy de IKEA. «Nunca mezclamos los libros».
Una maravillosa colección de la obra completa de Dickens, varias ediciones de (en apariencia) un mismo libro, en el ordenador un fondo de pantalla de las hadas de Conan Doyle, en el salón una fotografía original de Dylan con Ginsberg, discos de Dylan («estaban ahí antes del Nobel que por cierto me parece fenomenal»), una cita de Peter Pan en el collar, una foto de Bowie, cantidad de libros que dan problemas en las mudanzas («estuve dos años leyendo en ebook pero no funcionó»), best sellers conviviendo con clásicos, apuntes para las clases que da de cine en la Universidad Nebrija, carteles de su productora La Abducción... El universo de Silvia nos fascina. Tanto que salimos de allí preguntándole si hay un newsletter de su vida en el que cuenta todo lo que hace porque queremos suscribirnos.
Se ríe.
Hasta que lo haga, le pedimos que al menos y tal como hace en Tomo y Lomo, nos recomiende libros. Nos habla con pasión de la novela Stoner de John Williams. «Alucinante, emocionante, profunda, sabia. Espectacular». Y como hacen en el programa le pedimos también recomendaciones para problemas amorosos...
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Para solteros cuyos amigos están casados y con hijos: Un gran chico de Nick Hornby
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Para hombres que no entienden a sus novias y creen que las mujeres están locas: Manual de caza y pesca para chicas de Melissa Bank
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Para los que piensan que no hay mercado y siguen esperando al gran amor de su vida: Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y Del amor de Stendhal
Definitivamente, no queremos irnos de su casa. De hecho, queremos quedarnos a vivir ahí. Pero tiene que irse, ha quedado. Y a nosotras nos quedarán esta conversación y fotografías para recordar la tarde que pasamos con la escritora Silvia Herreros de Tejada.
Fotografías: Silvia Álvarez-Valdés