Durante muchos años, el fondo de pantalla de mi ordenador era éste:
Consciente de que no podía seguir comprando libros hasta que acabara los que ya tenía, me decía a mí misma que el problema no era mío, sino del tiempo y que ya lo encontraría. Me angustiaba saber que jamás podría leer todo lo que quería y, lo peor, que por mucho que algunos de los libros los leyera rápido y no como se merecían, esa pila no bajaba nunca. Mejor dicho, no paraba de crecer. Y es que no caer en la tentación e irse con las manos vacías de una librería no era una opción. Tampoco lo era, no tomar prestados libros de la biblioteca de mis padres. Los llamados clásicos, «que cómo no había leído todavía». Lo mío parecía no tener remedio.
Hace unos años leí un artículo sobre el romántico sueño de ser librero: la idea de estar las 24 horas del día rodeado de libros, «de vender un producto único, capaz de proporcionar placer, enriquecimiento e incluso altas dosis de transformación». La idea sonaba bien pero, el sueño, en apariencia idílico, tenía trampa. El artículo también mencionaba la tediosa parte administrativa del oficio. Facturas, devoluciones... «Muchas personas a las que les gusta leer nos dicen que su sueño es convertirse en libreros. Nosotros lo entendemos, pero ahora soñamos con tener tiempo para leer», comentaban los libreros de la madrileña Tipos Infames.
Entonces, me di cuenta de que si yo sufría de tsundoku (palabra japonesa que significa apilar sin leer), los libreros debían tener unas mesas y unas mesillas con peligro inminente de avalancha. Y me temo que así es.
La montaña de la librera e historiadora Silvia Broome me alucina.
La mesilla de Isabel Sucunza, librera de la Calders (Barcelona), está ordenada para que quepan el máximo de libros pero puede explotar en cualquier momento.
Los libros de Rafael Soto, de la madrileña Nakama Lib, están a punto de tocar el techo.
Edu de Katakrak (Pamplona) a falta de mesilla, tiene una mesa de trabajo en la que pronto se podrá jugar a «¿Dónde está el Minion?» de lo abarrotada que está.
Javier Ruiz, de la librería Praga, también se lleva «los deberes» a casa.
¿Angustiados?
Pues por, si fuera poco, en 2015 se editaron en España 80.181 títulos, un 21 % más que el año anterior.
Es decir:
219 nuevos títulos cada día.
219 tentaciones más.
219... Tsundoku, el síndrome de apilar libros y no leerlos o más probabilidad hay de que mi mesilla se venga abajo.